Columna de opinión: Cambio Climático, hora de volver a las raíces

31 de Mayo 2021

Si hay una realidad que se ha hecho evidente en este último tiempo es que, en nuestro hogar común, todos los sistemas se encuentran interconectados a través de una densa trama de relaciones complejas que posibilitan el florecimiento de la vida tal y como la conocemos. Es por ello que no es posible garantizar la […]

Si hay una realidad que se ha hecho evidente en este último tiempo es que, en nuestro hogar común, todos los sistemas se encuentran interconectados a través de una densa trama de relaciones complejas que posibilitan el florecimiento de la vida tal y como la conocemos.

Es por ello que no es posible garantizar la salud de la humanidad sin una adecuada salud ecosistémica y sin atender los desafíos que conlleva un clima cambiante.

Para Chile centra (latitudes 30° S a 40° S), una de las manifestaciones más evidentes del cambio de clima, y que puede verse exacerbada en las próximas décadas, lo constituye una tendencia a la reducción de precipitaciones. La última década ha estado marcada por la presencia de una sequía meteorológica (reducción de precipitaciones por debajo de un valor umbral) de una duración sin precedentes en la historia reciente. Además, se observa una tendencia al aumento de las temperaturas que potencia los efectos de la falta de lluvias. En efecto, el aumento de la temperatura trae consigo una mayor demanda de agua desde la vegetación y cultivos agrícolas y una aceleración de las tasas de derretimiento de nieves y glaciares.

Se sabe que hay patrones climáticos que han estado presente en los últimos años y que han permitido el desarrollo de esta Megasequía. En particular, la precipitación está fuertemente influenciada por la Alta Subtropical del Pacífico (anticiclón del Pacífico), cuya intensidad y proximidad al territorio explican la estacionalidad de las lluvias al impedir la llegada de sistemas frontales desde la zona sur, y que ha sido especialmente intenso en los últimos años. Un segundo rasgo importante ha sido la mayor frecuencia de eventos del tipo “La Niña” en la zona del Pacífico Ecuatorial que, por su condición de corriente fría, tiende a reforzar la incidencia de las altas presiones.

Lo anterior podría ser visto como una señal de variabilidad interanual que, tarde o temprano, podría significar la restitución de un ciclo más “normal” de lluvias. No obstante, estimo que la forma más adecuada de analizar este fenómeno es como un experimento de gran escala que nos indica que tipo de condiciones meteorológicas podrían ser más frecuentes en las décadas venideras. Los impactos sobre sistemas naturales y antrópicos ya se han comenzado a sentir. En algunos valles la disponibilidad de agua para riego y consumo humano se ha visto restringida, debiéndose establecer medidas de gestión de recursos hídricos adicionales para asegurar suministro. La vegetación que predomina en esta zona, del tipo esclerófilo y que es la más adaptada a las condiciones de escasez, muestra señales evidentes de deterioro. Junto con ello, un número importante de servicios ecosistémicos, como el reciclaje de nutrientes, captura de carbono, provisión de alimento se ven comprometidos.  

Dependiendo de la magnitud de la sequía, otros sectores que pueden verse afectados son el suministro de agua potable, la generación hidroeléctrica y las actividades industriales como la minería. Por ello, una mejor comprensión de las sequías en el país es clave para mejorar su gestión y minimizar sus impactos negativos.

Numerosas son las medidas que deben ser evaluadas para desarrollar un plan de adaptación a estas condiciones, algunas de ellas se enfocan en asegurar el suministro, ya sea por la vía del trasvase de recursos hídricos entre cuencas, la desalación o el uso conjunto de recursos superficiales y subterráneos. Otros, más bien, abordan la gestión de la demanda de agua, intentando aumentar la eficiencia del sistema y reduciendo consumos en las instancias que sean posibles. Junto a ellas, hay un elemento importante que debe ser considerado y que corresponde al fortalecimiento del capital natural de nuestros ecosistemas, protegiendo suelos y combatiendo su degradación natural. El reporte especial del Panel Intergubernamental de Cambio Climático sobre el Suelo (SRCCLAND) resalta su rol como soporte de la vida y su vínculo estrecho con la seguridad hídrica, alimentaria y la mitigación del cambio climático.

Este 17 de junio se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, aprovechemos esa instancia para tomar conciencia de los tremendos desafíos que nos depara el futuro inmediato y generar planes integrales para enfrentar la sequía, relevando la protección y el manejo sustentable de suelos y aguas. Los agrónomos lo sabemos muy bien, es tiempo de volver a las raíces.

Columna de opinión por Francisco Meza, académico Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal UC