Columna de opinión: Impacto de la decisión alimentaria sobre la huella ecológica

24 de Octubre 2023

Dentro de las acciones individuales diarias de alto impacto en reducción de huella de carbono se encuentran las preferencias alimentarias. Y es que en cada plato de comida hay un voto para ciertos sistemas que nos permiten comer ese alimento de la forma y en el momento que decidimos comerlo. “Comer es un acto político […]

Dentro de las acciones individuales diarias de alto impacto en reducción de huella de carbono se encuentran las preferencias alimentarias. Y es que en cada plato de comida hay un voto para ciertos sistemas que nos permiten comer ese alimento de la forma y en el momento que decidimos comerlo. “Comer es un acto político y ecológico”, nos lo dicen diversos autores como David Orr, Miguel Altieri, Michael Pollan y Vandana Shiva.

Si queremos atenuar o disminuir nuestro impacto en las emisiones de gases de efecto invernadero, tenemos que considerar la importancia de cómo y dónde se producen los alimentos. La huella de carbono, la huella hídrica y ecológica varían por tipo de alimento, forma y lugar de producción. Hoy sabemos que las recomendaciones de “dietas sustentables” o medioambientalmente amigables varían según país, macroregión y continente. Las pautas y lineamientos para disminuir la crisis climática desde los sistemas alimentarios son diversas y consideran los impactos socioambientales a lo largo de toda la cadena productiva y de consumo.

Existen esfuerzos sustantivos para dejar de simplificar los sistemas alimentarios como si fuesen cadenas abiertas lineales, y transitar hacia un entendimiento de sistemas complejos circulares re-integrados, en donde los residuos de las distintas etapas son integrados como insumos en forma sistémica. Cuando hablamos de “comida sustentable” desde escenarios urbanos y periurbanos debemos incluir aspectos variados tales como: acortar las cadenas de suministro hacia la disminución de intermediarios, preferir local y estacional junto con el comercio ético y justo, poner atención a la renovabilidad de los recursos, a fomentar formas de producción respetuosas y que regeneren los sistemas en los que se insertan, preferir más alimentos del reino vegetal en su forma natural, evitar alimentos ultraprocesados y la pérdida y desperdicio de alimentos, entre muchas otras acciones y opciones.

Los precios bajo los cuales hoy accedemos a los alimentos no reflejan sus verdaderos costos socioambientales. Como sociedad no pagamos por los bienes globales que implica la producción de alimentos, como la captur de carbono y los servicios ecosistémicos. Existe una gran distorsión en los mercados asociada a las externalidades ambientales, sanitarias y sociales negativas relacionadas con nuestra alimentación. La estimación del verdadero costo de producir alimentos varía en un rango de $10 billones hasta $27 trillones. Esta gran diferencia se genera al reconocer e incorporar al gasto en alimentos los costos ambientales y en la vida humana (salud pública). 

Finalmente, los impactos negativos que una dieta no sustentable tiene en el planeta hacen eco en la salud individual. El sistema alimentario industrial globalizado ha disparado en más del 90% el consumo de alimentos empacados, con todo el problema de impactos por residuos que eso genera. Además, hoy lidiamos con el triple peso de la malnutrición; sub-alimentación, deficiencias de micro nutrientes y sobrepeso. Alimentos que no nutren, con un fuerte componente en desigualdad social por inequidad en el acceso a una alimentación saludable, es uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los ya saturados sistemas de salud.

Los desafíos son enormes, pero las oportunidades de empoderarse los superan. Son muchas las formas en las que nuestra decisión alimentaria diaria nos permite determinar el uso que hacemos del mundo y lo que va a ser de él.

Columna de opinión por

Bruna Garretón, académica Instituto para el Desarrollo Sustentable UC