Columna de opinión: Circularidad agrícola, el cambio que viene
La diversidad de climas y suelos en Chile ha dado forma a su larga y significativa historia agrícola. Esto ha permitido el desarrollo de distintas áreas de producción agrícola, ganadera y silvicultura, entre otras. Sin embargo, durante décadas hemos entendido la producción agrícola —al igual que gran parte de los sistemas de consumo masivo— desde […]
La diversidad de climas y suelos en Chile ha dado forma a su larga y significativa historia agrícola. Esto ha permitido el desarrollo de distintas áreas de producción agrícola, ganadera y silvicultura, entre otras. Sin embargo, durante décadas hemos entendido la producción agrícola —al igual que gran parte de los sistemas de consumo masivo— desde una lógica lineal: extraer, producir, consumir y desechar. Este modelo se ha insertado profundamente en nuestra cultura productiva, definiendo a los residuos orgánicos como un problema a eliminar dentro de la cadena productiva.
Hoy surgen luces de que esa definición comienza a cambiar. Los residuos ya no se entienden únicamente como un desecho, sino como una oportunidad estratégica. Desde la articulación entre diseño estratégico, sustentabilidad e innovación, se abre un espacio clave para replantear nuestra relación con la tierra y avanzar hacia prácticas de producción agrícola circulares.
Los desechos orgánicos de la producción agrícola conforman un universo de nuevas materialidades, con diversas propiedades físicas, químicas y biológicas. Estas pueden responder directamente a los principales dolores del modelo productivo lineal actual: la sobreexplotación de los suelos, la dependencia de insumos químicos externos y la fragilidad económica de las economías locales. Revalorizar estos desechos permite no solo reducir impactos negativos, sino también agregar valor dentro de la misma cadena productiva.
El desafío, entonces, ya no consiste únicamente en transformar un residuo, sino en comprender qué características nos entrega, qué nuevas materialidades y aplicaciones pueden surgir a partir de él, cómo se integran nuevamente a la cadena productiva y para quién generan valor, siempre considerando el territorio que los produce.
Este campo presenta una complejidad significativa. Parte fundamental del desafío está en identificar, caracterizar y clasificar estas nuevas materialidades y sistemas emergentes. Se trata de un ámbito aún incipiente de investigación e innovación, no solo por la diversidad de los residuos y su comportamiento, sino también por la necesidad de sistematizar procesos, evaluar su impacto en el pre y post consumo, y comprender su relación con el contexto local. A esto se suma una última capa crítica: la dificultad de escalar estas soluciones, ya que implican una innovación radical que cambia el paradigma tradicional de los procesos productivos.
Aquí surge una pregunta clave: ¿cómo diseñamos procesos, sistemas, materiales e incluso maquinaria que permitan fabricar materiales biobasados de forma reproducible y escalable, utilizando insumos locales y respetando las dinámicas de cada territorio? Abordar esta pregunta implica diseñar no solo materiales, sino también infraestructura productiva y modelos que reactiven economías locales y reduzcan la dependencia de cadenas externas.
En este contexto, la circularidad agrícola puede entenderse como una forma de innovación radical de triple impacto, donde el valor ambiental, social y económico no se separa, sino que se articula y construye de manera integral. Por ello, los proyectos de innovación basados en la revalorización de desechos agrícolas no buscan únicamente transformar un residuo en un producto, sino generar estrategias que fortalezcan la cadena productiva, aporten valor al territorio y refuercen los vínculos entre los actores locales.
Cuando las soluciones responden a necesidades reales y se diseñan junto al territorio, la circularidad agrícola deja de ser una idea abstracta y se consolida como una innovación radical capaz de remediar la tierra, fortalecer la producción y activar economías locales. Como dice el refrán, la basura de uno, es el tesoro de otro.
Columna de opinión por Anaïs Weil, académica Escuela de Diseño UC y encargada de Laboratorios Vivos de Aprendizaje.
