Columna de opinión: Parques nacionales, conservación y biodiversidad

7 de Agosto 2024

En 1995, la reintroducción de lobos en el Parque Nacional de Yellowstone desencadenó una cascada trófica que revitalizó el ecosistema. Los lobos redujeron la población de alces y alteraron sus patrones de pastoreo, permitiendo que la vegetación sobrepastoreada se recuperara. Esta vegetación estabilizó las orillas de los ríos, redujo la erosión y mejoró la calidad […]

En 1995, la reintroducción de lobos en el Parque Nacional de Yellowstone desencadenó una cascada trófica que revitalizó el ecosistema. Los lobos redujeron la población de alces y alteraron sus patrones de pastoreo, permitiendo que la vegetación sobrepastoreada se recuperara. Esta vegetación estabilizó las orillas de los ríos, redujo la erosión y mejoró la calidad del agua. Volvieron los castores y crearon nuevos entornos acuáticos que beneficiaron a los peces y otras especies. Los lobos también redujeron el número de coyotes, lo que benefició a depredadores y carroñeros más pequeños. Este efecto en cascada resaltó el papel crucial de los depredadores en mantener el equilibrio ecológico y la biodiversidad. Estamos todos conectados. 

Los parques nacionales son, así como otras entidades para conservar el registro del tiempo, como las bibliotecas y los museos, una invención relativamente reciente. Destinados a preservar los ecosistemas en su estado virgen, libres del desarrollo y la destrucción humanos. Las primeras áreas reservadas con este espíritu fueron Bogd Khan Uul en Mongolia en 1778, la Reserva Forestal de Main Ridge en Tobago alrededor de 1776, y el mismo Yellowstone en los EE. UU. en 1872. Hoy en día, con la degradación acelerada de los ecosistemas debido a nuestras acciones, los parques nacionales y reservas naturales se vuelven, más allá de un patrimonio fundamental, una necesidad para la existencia de nuestra especie.  

Las grandes florestas cambian el clima, humedecen el aire y forman las nubes que son grandes lagos y ríos flotantes. Los arrecifes de coral albergan el 25% de todas las especies marinas a pesar de cubrir menos del 1% del fondo oceánico. Las áreas protegidas proporcionan espacio para que los animales se desplacen libremente, migren y se reproduzcan sin la intervención humana. Ayudan a prevenir la propagación de enfermedades zoonóticas, albergan animales polinizadores y filtradores, ofrecen beneficios para la salud mental, y pueden proteger los derechos territoriales de los pueblos indígenas. Albergan una mayor diversidad de especies, mayor diversidad de genes y de historia, de interacciones y estrategias, de redes metabólicas complejas, mayor diversidad de proteínas, potenciales fármacos. Son, en última instancia, un repositorio de lo vivo.  

La destrucción de hábitats, impulsada por la expansión agrícola y el desarrollo, es una de las principales amenazas para los ecosistemas de los cuales dependemos. El flujo entre lo vivo y lo no vivo se mide en carbono. Con la fotosíntesis, que remueve CO2 del aire y lo transforma en tejido vivo, y la respiración, descomposición y combustión lo devuelve, este gas de efecto invernadero solo disminuirá sus niveles si el planeta se cubre de verde. Las reservas naturales son esenciales para conservar los hábitats naturales y la biodiversidad. De acuerdo con CONAF, Chile cuenta con 109 unidades protegidas bajo el SNASPE, que incluye 46 parques nacionales, 45 reservas nacionales y 18 monumentos naturales. Su área total abarca 18.862.410 hectáreas, lo que representa el 21,46 % del territorio nacional. 

Columna de opinión por Enrico L. Rezende, académico Facultad de Ciencias Biológicas UC e investigador Center for Applied Ecology and Sustainability (CAPES)